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“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.

LA PALABRA CADA DÍA

XXXIV Semana. Tiempo Ordinario

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”

Viernes, 25 de noviembre del 2022

Memoria Libre: Santa Catalina de Alejandría, Virgen y Mártir

Color: VERDE o ROJO

Primera lectura: Ap 20, 1-4.11—21,2
Lectura del Libro del Apocalipsis
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo llevando la llave del abismo y una cadena grande en la mano. Agarró al dragón, que es la antigua serpiente, el diablo o satanás, y lo encadenó
para mil años; lo arrojó al abismo, echó la llave y puso un sello encima, para que no pueda extraviar a las naciones antes que se cumplan los mil años.
Después tiene que estar suelto por un poco de tiempo. Vi también unos tronos y en ellos se sentaron los encargados de juzgar; vi también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y el mensaje de Dios, los que no habían rendido homenaje a la bestia ni a su imagen y no habían recibido su señal en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con Cristo mil años.
Luego vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. A su presencia desaparecieron cielo y tierra, porque no hay sitio para ellos. Vi a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el registro de los vivos. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros. El mar entregó sus muertos, Muerte y Abismo entregaron sus muertos, y todos fueron juzgados según sus obras.
Después Muerte y Abismo fueron arrojados al lago de fuego ─el lago de fuego es la
segunda muerte─. Los que no estaban escritos en el libro de los vivos fueron
arrojados al lago de fuego.
Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.
Palabra de Dios

Salmo Responsorial: 83, 3.4.5-6a y 8a
R/. Esta es la morada de Dios con los hombres

Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. R/.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey mío y Dios mío. R/.
Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichoso el que encuentra en ti su fuerza. Caminan de baluarte en baluarte. R/.

Evangelio: Lc 21, 29-33
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, puso Jesús una comparación a sus discípulos: Fíjense en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, les basta verlos para saber que la primavera está cerca.
Pues cuando vean que suceden estas cosas, sepan que está cerca el reino de Dios.
Les aseguro que antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

Palabra del Señor


“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”, sentenció Jesús. Con esta afirmación Jesús nos dejaba ver que sus enseñanzas serían por tiempos sin términos, no por un momento o una época o período.
Ya en una ocasión el Apóstol Pedro también lo aseveraba cuando le dijo a Jesús: “Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (cfr. Juan 6,68).
Jesús siempre se valió del uso de parábolas para que sus discípulos y la gente que lo escuchaba pudieran captar con mayor facilidad su mensaje. El ejemplo de los brotes de la higuera y otros árboles era porque bastaba saber que al momento de los brotes en las plantas era un indicio de la proximidad de la primavera.
Este era un mensaje para llamar la atención de los que escuchaban a Jesús a fin de que estuvieran atentos a los signos que indicarían su venida gloriosa y victoriosa. Las señales vendrán dadas en el “sol, la luna y las estrellas”. Este pasaje es un llamado para que nosotros hoy también estemos atentos a la venida de Cristo que quiere entrar a nuestra vida familiar para que hoy nos convirtamos a Él. La conversión de nuestra familia comienza con nosotros mismos y una vez convertidos comenzaremos a experimentar el Reino de Dios en nuestras vidas y en el seno de nuestras propias familias. Así seremos hombres y mujeres para Cristo, familias para Cristo.
Abramos nuestros corazones para que en ellos habite la Palabra eterna de Cristo, la que ha de fortalecernos y la que nos ayudará a ganarnos el prometido Reino de Dios al purificarnos y vivir de acuerdo con lo predicado por Jesús: el Evangelio del amor entre los hermanos.
¡Dichoso el que encuentra en Cristo su fuerza!

(Guía Mensual)

“Que el Dios de la vida y dador de vida te cubra con su alegría y con su paz”✍

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