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“No tengo a nadie que me meta en la piscina” (Jn 5, 1-3a.5-16)

LA PALABRA CADA DÍA

Martes, IV Semana de CUARESMA

Color: MORADO

16 de marzo de 2021

Primera Lectura: Ez 47,1-9.12

Lectura de la profecía de Ezequiel
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor. Del zaguán del templo manaba agua hacia el este —el templo miraba al este—. El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.
El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura. Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado. Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de Adán?» Después me condujo por la ribera del torrente.
Al regresar vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda. Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.
En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».
Palabra de Dios

Salmo Responsorial: 45,2-3.5-6.8-9
R/. El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob
Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar. R/.
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.
El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Vengan a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra. R/.

Evangelio: Jn 5,1-3a-16
Lectura del santo evangelio según san Juan
En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que se llama en hebreo Betesdá. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua.
Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?». El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado». Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar». Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».
Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?». Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor». Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
Palabra del Señor


“No tengo a nadie que me meta en la piscina” (Jn 5, 1-3.5-16)

Ayer leíamos el segundo milagro o signo de Jesús narrado por el evangelista Juan. Hoy asistimos al tercer signo: la curación del paralítico.
El lugar donde ocurre este milagro es en la piscina de Betesdá. Este era un lugar pagano donde se le rendía culto al dios de la salud, Esculapio. Corrían rumores que algunos enfermos se sanaban al entrar en la piscina, pero lo tenían que hacer justo en el momento en que las aguas comenzaban a moverse. Por eso, según el paralítico, llevaba treinta y ocho años y no se había curado porque alguien siempre se le adelantaba.
Jesús le pregunta al paralítico si quería quedar sano a lo que éste le responde: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado.» De alguna manera nos está diciendo el texto que no podemos salvarnos por nosotros mismos, necesitamos de alguien y, para nosotros los creyentes, ese alguien es el mismo Jesús. Ante el contraste del agua de la piscina que no había podido curar al paralítico, está Jesús, el agua viva que da vida, que sana. Es esta fuente de agua viva la que hará al paralítico ver la vida de otro color. «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.» La vida de pecado del paralítico ha llegado a su fin, con la curación comienza a participar nuevamente de la gracia de Jesús.
Llama la atención en el texto la actitud de los judíos que en vez de alegrarse porque un hermano suyo ha vuelto a la vida, lo que hacen es fijarse en la ley. Cuando lo más importante no es si se cumple o no la ley, sino que ese hermano puede volver a su vida cotidiana. No se puede anteponer una ley ante la vida, ante el bien.

(Guía Mensual)

“Miren, estamos subiendo a Jerusalén…” (Mt 20,18)
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad✍

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