Fiesta: Presentación del Señor
“Mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 22-40)
(Jornada Mundial de la Vida Consagrada)
Color: BLANCO
Martes, 2 de febrero de 2021
Primera lectura: Mal 3, 1-4
Lectura de la Profecía de Malaquías
Así dice el Señor: «Miren, yo envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza que ustedes desean. Mírenlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-.
¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: Se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos». Palabra de Dios.
Salmo Responsorial: 23,7.8.9.10
R/. "El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria."
¡Portones, alcen sus dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; va a entrar el rey de la gloria! R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, héroe valeroso; el Señor, héroe de la guerra. R/.
¡Portones, Alcen sus dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; va a entrar el rey de la gloria! R/.
¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria. R/.
Segunda lectura Heb 2, 14-18
Lectura de la Carta a los Hebreos
Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo, y liberó a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Noten que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso, tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar así los pecados del pueblo. Como él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por ella. Palabra de Dios.
Evangelio: Lc 2, 22-40
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
“Mis ojos han visto a tu Salvador” (Lc 2, 22-40)
Hoy el evangelio nos habla de unas promesas divinas profetizadas por el profeta Simeón. Pero antes, el niño Jesús tendrá que someterse a un rito de purificación que consistía en que la Madre después de cuarenta días del nacimiento del niño tenía que presentarlo al templo para purificarlo según lo mandaba la ley (Lev 12,1-8).
Vemos cómo la misión de Jesús va tomando formas concretas a través del cántico que expresa Simeón «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Es decir, antes de la partida de Simeón de este mundo vio con sus propios ojos y sostuvo con sus manos al Salvador esperado, aquel que vino a salvarnos de la muerte, pero sobre todo a vencerla con su sangre para darnos vida y ésta en abundancia. Por otro lado, Simeón hace mención de lo que vivirá María posteriormente ante su hijo refiriéndose al momento crucial de la historia de la Salvación: la crucifixión y muerte del Señor.
Sin embargo, podemos ver cuál fue la actitud de María ante las palabras de Simeón. María se admira y va guardando todo en su corazón.
Estamos llamados todos nosotros, a confiar en Jesús, siendo sus testigos, anunciadores y misioneros a tiempo y a destiempo. Pero para ser un buen testigo o fiel misionero necesitamos disponer todo lo que somos y tener con una actitud comprometida por el proyecto del Reino, y esto va a implicar que una espada nos traspase el alma al igual que a María; vamos a tener momentos en que deseemos rendirnos y no seguir más el camino.
Pidamos al Señor Jesús que aumente nuestra fe para que, en esta Jornada de la Vida Consagrada, podamos también, al igual que Simeón, expresarle a Dios con nuestra vida nuestro cántico de alabanza. Pero, ante todo, nuestra entrega a los demás al modo de Jesús nuestro Salvador y Sanador.
(Guía Mensual)
“Señor, haznos dóciles a tu Espíritu para que podamos estar siempre alegres y a tu lado ✍