LA PALABRA DEL SÁBADO: “Parábola del Padre de la MISERICORDIA” (Lc 15,1-3.11-32)

LA PALABRA CADA DÍA

Sábado, II Semana de CUARESMA

 

Color: MORADO

6 de marzo de 2021

Primera Lectura: Mq 7,14-15.18-20

Lectura de la profecía de Miqueas
“Señor pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza. Pastarán en Basán y Galaad como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto, y te mostraba mis prodigios. ¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? No mantendrá por siempre la ira, pues se compadece en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos, Señor Dios Nuestro.”

Palabra de Dios

Salmo Responsorial: 102,1-2.3-4.9-10.11-12
R/. El Señor es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R/.
No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

Evangelio: Lc 15,1-3.11-32
Lectura del santo evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los letrados murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen enseguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; busquen el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor


“Parábola del Padre de la MISERICORDIA” (Lc 15,1-3.11-32)

Acabamos de leer la parábola del hijo pródigo, aunque muchos dicen que debería llamarse la parábola del padre bueno (Yo le llamaría del Padre de la MISERICORDIA), porque aquí el protagonista es el padre y las actitudes de este son las que debemos imitar. Un padre tenía dos hijos y uno de ellos le pide la parte de su herencia.
“Cuando se lo había gastado todo sobrevino un hambre y comenzó a pasar necesidad”. El hijo ahora está solo, sus amigos no aparecen. Experimenta la triste y humillante condición de verse obligado a aceptar un trabajo (cuidar cerdos) despreciado por los judíos; recordemos que para ellos el cerdo era considerado impuro. La triste realidad vivida por el hijo hace que reflexione sobre su actitud y comience a valorar todo lo que tenía con su padre y que ahora le falta, incluso hasta la comida. Esta situación de hambre y sufrimiento permite al hijo recapacitar.
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no merezco ser llamado hijo tuyo”. El hijo reconoce que ha actuado mal, considera que ha perdido su condición de hijo (aquí se da una “conversión personal”). Sin embargo, el padre no lo condena, al contrario, se compadeció. El padre corre a su encuentro, no toma en cuenta lo que había hecho el hijo, en cambio, se alegra de haberlo recuperado. El perdón es más grande que la distancia creada por la ruptura. El padre lo abraza, lo besa, lo acoge con ternura.
“Saquen la mejor ropa, pónganle un anillo y unas sandalias”. El padre con su acogida le devuelve ser hijo del padre, por eso lo del anillo, y, por último, manda que le pongan unas sandalias, signo de libertad. El padre olvida, acoge, perdona, nos devuelve la dignidad de ser hijos.
En cambio, el hijo mayor no se alegra, al contrario, siente celos y no entra en la dinámica del perdón. El hijo mayor actuaba por cumplimiento. La fidelidad no es simplemente un “permanecer” y cumplir órdenes, sino aceptar las novedades de cada día, las asombrosas e imprevisibles iniciativas del padre.

Aprovechemos esta lectura bíblica para reflexionar sobre nuestras actitudes. Que en esta cuaresma recapacitemos y tomemos la iniciativa de volver al padre, teniendo una “conversión personal”.

(Guía Mensual)

“Miren, estamos subiendo a Jerusalén…” (Mt 20,18)
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad✍