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“Condenemos siempre el pecado, pero amemos siempre al pecador” (Jn 8, 1-11)

LA PALABRA DE CADA Día

Lunes, V Semana de CUARESMA

Color: MORADO

22 de marzo de 2021

Primera Lectura: Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62

Lectura del libro de Daniel
En aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor. Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.
Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo: «En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo». Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella. Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola. Susana dijo a las criadas: «Tráiganme el perfume y las cremas y cierren la puerta del jardín mientras me baño».
Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron: «Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas».
Susana lanzó un gemido y dijo: «No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de sus manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en sus manos antes que pecar delante del Señor».
Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron: «Vayan a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín». Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes. Toda su familia y cuantos la veían lloraban. Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.
Los ancianos declararon: «Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo. En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello». Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte.
Susana dijo gritando: «Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí». Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz: «Yo soy inocente de la sangre de esta». Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron: «Qué es lo que estás diciendo?». Él, plantado en medio de ellos, les contestó: «Pero ¿están locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenan a una hija de Israel? Vuelvan al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron: «Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad». Daniel les dijo: «Sepárenlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo: «¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados». Él contestó: «Debajo de una acacia». Respondió Daniel: «Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo: «Hijo de Canaán, y no de Judá. La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacían con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con ustedes; pero una mujer judía no ha tolerado su maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?». Él contestó: «Debajo de una encina». Replicó Daniel: «Tu calumnia también se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con ustedes».
Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había puesto en evidencia, por propia confesión, de que habían dado testimonio falso, y les aplicaron la pena que ellos habían tramado contra su prójimo y los ajusticiaron. Y aquel día se salvó una vida inocente.
Palabra de Dios

Salmo Responsorial: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mí copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R/.

Evangelio: Jn 8, 1-11
Lectura del santo Evangelio según san Juan
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Palabra del Señor


“Condenemos siempre el pecado, pero amemos siempre al pecador” (Jn 8, 1-11)

Uno de los pecados más graves es levantar falso testimonio contra alguien. Y se agrava cuando yo hago uso de mi poder. Fue el pecado de estos dos ancianos que, aprovechándose de su estatus, lo utilizaron para hacer condenar a una inocente. Pero Dios nunca desampara a los suyos y, justo cuando la iban a matar, aparece Daniel, para hacer que la justicia divina se encargue de descubrir la trama de los ancianos y salve a la inocente.
Al leer este pasaje bíblico me llegan a la mente profesionales del micrófono que aprovechan el poder de la prensa para manchar la reputación de tanta gente. Porque si bien es verdad que hay muchos que hacen un trabajo serio, también hay aquellos que se lucran a costa de la difamación de las personas y que actúan movidos por los intereses a favor de quien les paga.
Se nos recuerda en el Evangelio un caso parecido a la primera lectura. En esta ocasión realmente la mujer ha sido “sorprendida” en adulterio y la ley manda apedrearla. Los letrados y fariseos se la llevan a Jesús para ver cómo responde. Pero Jesús guarda silencio, no la condena y se vuelve hacia ella con toda la misericordia de Dios. “¿Ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno”. Jesús sabía muy bien lo que decían el Levítico y el Deuteronomio sobre las mujeres sorprendidas en flagrante adulterio. Pero conocía también las torcidas intenciones de los escribas y fariseos que colocaron ante él a la mujer adúltera. Jesús sintió una profunda compasión hacia aquella mujer. Él no aprobaba el adulterio, condena el pecado, pero ama y perdona a aquella mujer, a la que exhorta a no pecar más
En nuestra vida diaria, condenamos muchas veces inmisericordemente a las personas cuando no piensan y actúan como nosotros creemos. Tendemos a aceptar y a justificar con una facilidad asombrosa nuestras acciones y las de nuestros amigos, pero somos inmisericordes cuando juzgamos las acciones de los que consideramos nuestros enemigos, o rivales políticos, religiosos, culturales o deportivos. Hay acciones objetivamente malas, que merecen siempre ser condenadas, pero la persona es siempre un recinto interior y sagrado en el que nosotros no podemos entrar.
Condenemos siempre el pecado, pero amemos siempre al pecador, y dejemos que sea Dios el que, cuando llegue el tiempo, juzgue a todos.

(Guía Mensual)

“Miren, estamos subiendo a Jerusalén…” (Mt 20,18)
Cuaresma: un tiempo para renovar la fe, la esperanza y la caridad✍

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